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miércoles, 19 de febrero de 2014

Reseña de "El mito de la transición." de Ferran Gallego

GALLEGO, Ferran, El mito de la transición. La crisis del Franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), Editorial Crítica, Barcelona, 2008

Ferran Gallego Margalef, nacido en 1953 en Barcelona, es doctor en historia contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona donde imparte clases a día de hoy. Autor de tradición marxista es conocido por sus estudios sobre la extrema derecha europea, alemana, italiana, francesa… y latinoamericana, además de realizar investigaciones sobre el fascismo en España y sobre la guerra civil. También es colaborador del diario El Mundo en su edición catalana. El libro sobre el que versa la reseña es su penúltima publicación “El mito de la transición” de 2008, con una temática nueva comparada con sus anteriores publicaciones, pero no desligada del todo, ya que la transición o el fin del franquismo marcaron el fin del gobierno de la extrema derecha en España y la apertura hacia el sistema democrático-parlamentario en el que vivimos hoy.[1]

Ferran Gallego


Líneas magistrales de la argumentación.

“El mito de la transición” es una obra que pretende arrojar nuevas luces al periodo fundacional del sistema político actual, Gallego destierra todas las versiones mitificadas que desde la oficialidad se han dado, versiones –las oficiales- que siguen siendo dominantes a día de hoy entre la sociedad civil –ya no tanto entre historiadores-. Todo sistema político necesita de un mito fundacional, y los intelectuales orgánicos del régimen del 78 elaboraron su versión oficial de los hechos, donde se muestra una transición pacífica, modélica para el resto del mundo, donde la dictadura queda olvidada y la democracia se abre paso de forma limpia y segura, donde el propio régimen “se da cuenta” tras la muerte de Franco –o incluso antes-, de su inevitable democratización, siendo los propios franquistas los propulsores del cambio. Según esta versión, será en los despachos donde los hombres de estado –del franquismo y de la oposición (“pacto entre caballeros”)- llevarán entre bambalinas este arduo proceso hasta buen puerto, desembocando en el sistema que hoy conocemos.[2]

Para Gallego esta versión es un mito que se ha ido orquestando mientras la propia democracia liberal se ha ido desarrollando. Durante todo el libro traza una secuencia cronológica desde la llegada de Arias a la presidencia del gobierno –a finales de 1973- hasta las primeras elecciones democráticas en Abril de 1977, trazando una historia política muy documentada y entrando en los terrenos del análisis más profundo de las estructuras políticas y sociales.

Crisis de régimen

Para el autor el proceso que acabará denominándose “transición” nace a partir de una crisis orgánica[3], una crisis de régimen que viene dada principalmente por el agotamiento del edificio franquista debido a la exclusión de buena parte de la sociedad que no se siente satisfecha en sus condiciones socioeconómicas y que viene movilizándose y organizándose desde finales de los cincuenta y principios de los sesenta, esto, unido a la crisis económica (crisis del petróleo 1973) y a la situación internacional, en la que España –junto a Portugal- se convierte en un reducto aislado de autoritarismo nacional-católico, hacen que realmente se llegue a 1973 en una situación de crisis orgánica.

El franquismo ante la crisis.

Esta crisis intentará ser soliviantada por el propio régimen desde diferentes perspectivas, la reformista, la inmovilista y la aperturista, pero todas con una misma finalidad, el mantenimiento del edificio franquista con más o menos cambios, este intento de readaptación del régimen se da dentro de la habitual retórica franquista de la ambigüedad “cambiarlo todo sin cambiar nada”. [4]

Para Gallego, la heterogeneidad dentro del cuerpo franquista no lleva a una clara dicotomía entre inmovilistas y aperturistas o reformistas, ya que todos comparten la misma moralidad; su aceptación del golpe de estado como fuente de legitimidad del régimen[5], dentro del franquismo no hay “demócratas”, sólo hay franquistas cuya finalidad es mantener sus privilegios como élite política. La verdadera división entre franquistas y demócratas se ejemplifica con los sucesos que rodearon las ejecuciones del 27 de Noviembre de 1974[6]. El sujeto democrático-rupturista será la oposición, que seguirá en la clandestinidad hasta más allá de la muerte del dictador. ¿Cómo se iba a pasar de una dictadura a una democracia sin una ruptura?

¿Y después de Franco qué?

Para Gallego tras la muerte de Franco la velocidad de los acontecimientos cambia, el heredero será Juan Carlos de Borbón, cuya legitimidad emana únicamente de los designios del dictador, lo cual limita su actuación política, el primer gobierno de la monarquía será continuista liderado por Arias Navarro –gobierno olvidado por los creadores del mito que dan a la monarquía una papel democratizador desde el principio-, para el autor este primer gobierno buscará la no fragmentación de la familia franquista, un entendimiento entre los sectores del poder, siguiendo directamente los designios del dictador ya fallecido. Sin embargo la entrada de lleno en acción del movimiento obrero y de la oposición[7] pondrá entre la espada y la pared al monarca, que tras un 1976 cargado de huelgas y movilizaciones destituirá a Arias Navarro nombrando a Adolfo Suárez presidente del gobierno.



Para Gallego las intenciones son claras, se pasa de una búsqueda de entendimiento entre los sectores franquistas a una estrategia de acercamiento entre los sectores más avanzados del reformismo franquista y la oposición democrática. Suárez cumple el papel al ser un político joven, que controla el aparato franquista –ministro del movimiento-, carece de proyecto propio –a diferencia de Fraga o los inmovilistas- lo cual le hace más flexible ante la nueva coyuntura y además se le atribuía una gran intuición política.

La legitimización del reformismo posfranquista.

Sin embargo el gobierno de Adolfo Suárez parte de la misma falta de legitimidad ante la oposición democrática que los gobiernos anteriores, para Gallego esta legitimidad será ganada aplicando medidas reivindicadas por la oposición, como la amnistía política, la famosa reforma política y sobre todo la legalización del Partido Comunista de España[8]. Estas medidas junto a la retórica populista del gobierno hicieron situar a Adolfo Suarez como el “gobierno del cambio”[9], mostrándose así como un actor capaz de sacar adelante los cambios políticos. Efectivamente Suárez no aplicó un programa predeterminado, fue capeando el temporal respondiendo a la circunstancias teniendo como objetivo siempre la no ruptura total con el régimen anterior. Gallego concluye que para el bloque reformista no era su objetivo la democracia, si no que esta fue resultado de una serie de choques entre diferentes fuerzas, la transición fue un proceso dialéctico entre varios sujetos con una fuerza determinada, no un suceso político predeterminado por el gobierno ni mucho menos por la monarquía.


La oposición democrática y su derrota.

Para Gallego, la oposición perdió su oportunidad que debería haber rentabilizado en el periodo anterior –el gobierno de Arias Navarro- mientras Suarez ganaba reconocimiento, la oposición democrática liderada por el PCE se iba laminando gracias en parte a la astucia de equipo gubernamental, que jugó a dos bandas entre el PSOE y el PCE, siendo el objetivo último del gobierno el hundimiento del Partido Comunista. Un PCE hegemónico en la oposición acabó desmorándose en un juego de contradicciones y de errores políticos y de análisis –como creer que el franquismo era una cascarón vacío, carente de base social- mientras el PSOE con mayor astucia política, financiación extranjera y trato de favor por parte del gobierno –en comparación con el PCE- paso de ser un partido anecdótico en la clandestinidad al gran partido de la izquierda en el régimen del 78[10]. Para Gallego la derrota final del movimiento de oposición frente al reformismo de Suárez, se daría en la huelga de Noviembre de 1976, una huelga que aun siendo masiva no resultó lo suficientemente potente como para superar la fuerza del gobierno, muy reforzado por las iniciativas anteriormente mencionadas.

La democracia “a la española”

Con una oposición dividida, el control del aparato del estado,  de los medios de comunicación y sobre todo, con la iniciativa política, el gobierno de Suarez consiguió su principal objetivo, que buena parte de la élite franquista se mantuviera en el nuevo régimen, lo cual no significa “que nada cambiara”, Gallego pone énfasis en ello, la transición conllevó grandes cambios, cambios políticos que llevaron a la consolidación de la actual democracia Española. Una democracia que es producto de una correlación de fuerzas determinada en un momento preciso, donde el sector reformista del franquismo es la fuerza política que lleva la batuta, lo cual conllevará a déficits democráticos –analizados desde hoy- como puede ser la ley electoral pieza clave en la elaboración de cualquier sistema político.

Conclusiones[11]

Durante todo el libro Gallego hace un análisis de las élites políticas, de cuáles fueron las causas que les llevaron a actuar así, no simplemente de sus actuaciones. La transición fue un proceso mucho más complejo que el relato oficial del mito, un choque entre el franquismo en crisis con una voluntad clara de mantener su régimen y una oposición democrática creciente y movilizada pero dividida, minoritaria y con errores estratégicos, una pugna que debemos de situar en el contexto internacional, con intereses claros de las diferentes potencias extranjeras.

Ferran Gallego en definitiva se sumerge en las causas, en las motivaciones que llevaron a los diferentes escenarios políticos y al desenlace final. Haciendo acopio de una extensísima cantidad de fuentes exhaustivamente estudiadas. La crítica es inherente en todo el texto, no sólo al franquismo reformista o inmovilista, si no sobre todo a la oposición democrática y a su “falta de energía”[12], lo que ha conllevado según el autor a los déficits democráticos que hoy arrastramos. En todo el texto subyace la idea de la falta de análisis por parte de las élites políticas en esos momentos claves y también la gran capacidad de Suarez para dar respuesta a los acontecimientos.

En el último capítulo de conclusiones La paga del soldado, hace un lúcido análisis resumido de lo que para él vino a representar finalmente la transición, el título del capítulo –La paga del soldado- es una metáfora sublime sobre lo que representó la transición para los demócratas, haciendo referencia a las pagas que recibían los soldados en el servicio militar obligatorio, algo simbólico que era muy bien recibido por los reclutas, pero que nada tenía que ver por las horas y esfuerzos invertidos en la mili por parte de esos jóvenes. Para Gallego los que dejaron sangre y sudor en la lucha por la democracia recibieron esa “paga del soldado” con la transición y los derechos y libertades conquistadas, conquistas que fueron muy bien recibidas en una “fiesta democrática” pero que vistas con perspectiva se quedaron cortas en relación a los esfuerzos invertidos, sobre todo por aquellos que dieron su vida y todos sus esfuerzos por derrotar al franquismo. En palabras de Gallego: “Para mí, el principal fruto (de la transición) es que se consigue que la élite política del franquismo controle el proceso de reforma y que, pese a llevarlo más lejos de lo que quería, siga controlando el aparato del Estado. El bloque social que apoyó el franquismo es intocable. Ningún sector económico se ve afectado y la Iglesia mantiene privilegios.”[13]